viernes, 31 de agosto de 2012

Miedo




Durante varias horas, nerviosa y angustiada, estuvo rondando por aquel cuarto como una leona enjaulada. Temía que llegara el momento, pero aun así los esperaba. El miedo se reflejó en sus ojos cuando, impulsivamente y con decisión, entraron en la habitación y dirigiéndose hacia ella la arrastraron hasta la cama. Un repentino escalofrío paralizó de repente todos sus músculos.
¡Llegó la hora! – escuchó mientras unas manos la tocaban con obscena impunidad. Para entonces el dolor ya era casi insoportable.
- Tranquila, será rápido – dijeron. 
Ella, sumisa, finalmente lo aceptó, con el gesto intensamente desencajado inspiró profundamente, agarró con sus manos firmemente las barras entre las que estaba aprisionada y luego, con todas sus fuerzas, empujó.

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viernes, 24 de agosto de 2012

El sueño de la colina (Relato completo)


El sueño de la colina

Yo siempre tuve un sueño, subir aquella colina y conquistar el castillo.

Empiezo a subir. Enseguida siento como el temor me atenaza y me reseca la garganta. Apenas he comenzado y ya hago la primera parada. Me siento en una roca, de la mochila saco una de las tres botellas de agua que he preparado y bebo un largo sorbo, hace calor, pero no es la sed el verdadero motivo que me seca la boca, tampoco es el miedo a caerme, a eso estoy acostumbrado. Es el miedo a no lograrlo, el miedo a un nuevo y definitivo fracaso.

Recuerdo la primera vez que lo intenté, tenía ocho años. Eran las vacaciones de verano y toda la pandilla de amigos subía la colina con desmesurada agilidad hasta llegar a lo alto, a las ruinas del viejo castillo. Yo miraba desde abajo incrédulo y acobardado, fue entonces cuando todos se decidieron a animarme con un interés y un entusiasmo como sólo los niños y los amigos son capaces de dar. Resuelto a intentarlo, rechiné los dientes y me lancé a la conquista de la colina.

Los dos primeros metros de subida fueron los más complicados, también los únicos. Con las manos y los brazos apoyados en las muletas hacía toda la fuerza sobrehumana que me era posible para arrastrar la funda de hierro que mantenía firme mi pierna derecha. Fue inútil, entre los gritos desencantados del grupo que me miraba desde arriba, una de mis muletas resbaló entre una gravilla de piedras y caí pesadamente hacia abajo. La extensa muestra de rasguños por todo el cuerpo y las mordeduras de los hierros en la pierna fue el resultado de la hiriente derrota.

Al año siguiente, ya olvidado el episodio y con fuerzas renovadas, volví a intentarlo. El resultado fue el mismo. Lo habitual tras el doloroso escarmiento era esperar abajo, a los pies de la colina, lanzando piedras a los guijarros y a los pájaros hasta que ellos, mis amigos, se cansaban de jugar al escondite entre aquellos muros descascarillados y bajaban la ladera incansables y a toda prisa. En  los dos años posteriores insistí, con más tesón que sensatez, en realizar nuevos intentos, todos ellos acabaron en los acostumbrados descalabros. Durante muchos años cedí a la lógica absurda de que nunca alcanzaría la colina y dejé de intentarlo. Pero el sueño de romper esa lógica y conseguir algún día alcanzar la cima, siempre se mantuvo vivo.    

Y hoy es el día que quiero hacerlo realidad.