jueves, 24 de julio de 2014

Todos los jueves relato - La máquina del tiempo


La última era

 ¿Ya estás aquí cielo?  ̶ preguntó el hombre distraídamente al escuchar cómo el fondo de la habitación era sacudido por una especie de temblor eléctrico. Mientras, se afanaba en escurrir con la espumillera una abundante dosis de patatas fritas que acababan de alcanzar un lustroso dorado, después de un buen baño en aceite caliente. Tras salir crepitando de la sartén, las fue depositando, junto a otras muchas igualmente morenas y sabrosas, dentro de un tosco plato de plástico hondo.
̶ Si cariño, ya he llegado  ̶ respondió la mujer, bajando sudorosa del vehículo que había aparecido como por ensalmo y del que comenzó a salir una buena cantidad de humo que ella trató de retirar agitando las manos.
̶ Entra directa a la ducha y no pises demasiado, que me he pasado toda la tarde limpiando  ̶ gritó por encima del ruido generado.
̶ ¡Vaaale!  ̶ respondió esta.    
̶ ¿Qué has hecho hoy?  ̶ se interesó, mientras paseaba por el cuarto obviando la advertencia de su atareado marido. Luego rozó su mejilla con los labios y se sentó en una silla detrás de él.
̶ Ya te lo he dicho, limpiar a fondo la habitación para prepararla. A partir de este fin de semana tenemos que ocuparnos de tu madre ¿O es que ya no te acuerdas que cierran el asilo por los recortes?  ̶ Alzó los ojos al cielo.
̶ ¡Cómo no me voy a acordar! Pobre mamá, a pesar de  su demencia senil lleva muy bien sus 125 años. Pero quería saber si has entregado el currículum al bufete ese que buscaba abogados.
̶ Claro que lo he llevado, pero han dicho que la plaza ya ha sido ocupada hace un mes. Me han aconsejado que no pierda el tiempo aquí, que busque otra edad. Creo que en la época victoriana ha quedado una vacante. Sir Alistair Steward tiene gota y ha decidido jubilarse.
̶ ¿Y tendrías que ponerte una de esas enormes pelucas blancas?  ̶ Rió
̶ Sí, y toga negra, y subirme a lo alto de un estrado de dos metros y medio  ̶ hizo una mueca silenciosa, simulando una carcajada.
̶ Pues podrías ir mañana a ver si hay suerte. Con mi sueldo casi no llegamos a fin de mes.
̶ ¡Querida! solo tenemos un teletransportador, por si no lo sabes Y ya hay que pasarle la ITV; cualquier día te paran entre dos dimensiones y lo requisan. ¿Qué haría entonces yo sin ti?   ̶ Añadió, girándose y mirándola a los ojos con dulzura. 
̶ Pues algo habrá que hacer, porque así no podemos seguir. Si nos retrasamos solo un mes pueden echarnos de la habitación.
̶ Es que esto está imposible. Muchos se quedan a vivir cerca del trabajo cuando lo encuentran, sobre todo si es en el pasado. Allí todo es bastante más barato  ̶ confirmó el hombre, retirando otra paletada de patatas fritas.
̶ Por eso todos piensan en marcharse. Y el futuro todavía está mucho peor que ahora. Nadie quiere ir allí a trabajar  ̶ argumentó la mujer.
̶ Porque ya no queda; todo está masificado. Cada vez son más la gente que desea salir y cruzar la barrera. En las noticias no dejan de explicar cómo las mafias controlan los cayuspaces a pesar de los medios que pone el gobierno del exomundo. Pero también que las Patrullas de Laser del Tiempo cada vez son más difíciles de burlar. Dicen que ahora desintegran todo cuanto toca; pero aun así esos pobres desgraciados se las ingenian tratando de atravesarlos y buscarse la vida. Yo no sé para qué se molestan en venir aquí, si no hay trabajo para ninguno de los doce mil millones que vivimos en este siglo XXII.
̶ Muchos de aquí también emigran a otras épocas buscando algún empleo  ̶ respondió ella comprensiva.
 ̶ Yo he pensado en probar en los principios del siglo XXI. Me han dicho que allí todo es diferente.
̶ No sé. A mí me han contado que fue por ese tiempo cuando comenzaron a surgir las jornadas de quince horas a cambio de techo en un barracón compartido y una comida diaria. Nadie programa esos años en sus computadoras espacio-tiempo  ̶ dudó la mujer.
̶ Ya has vuelto a quitarme otra idea de la cabeza. Pero si tú lo dices será verdad, que para eso te pasas el día moviéndote por todos los períodos conocidos  ̶ reconoció resignado.
̶ Somos afortunados a pesar de todo ¿verdad? Tenemos una habitación propia, ropa, comida todos los días, incluso una vez al mes podemos descargar una película de la nube virtual   ̶ dijo ella mimosa mientras lentamente iba retirándose el mono que la vestía.
̶ Pues claro que sí  ̶ confesó él, con una suave sonrisa  ̶ de momento podremos aguantar bien. Tienes un buen contrato de trabajo fumigando insectos en todos los ministerios de la última era. Fue una suerte que te decidieras por acabar la carrera de ingeniería química con aquel master en la universidad privada de tu jefe, el diputado Gospedal. Tuviste buen tino  ̶ el hombre comenzaba a sentirse feliz, aunque no tanto ante lo que su mujer parecía sugerir en ese momento.  ̶  Pero bueno, no te pongas insinuante que todavía no es la hora del amor. Además, las patatas fritas se van a enfriar.


Más historias del espacio-tiempo surgen en los mandos programados desde la bitácora de María José Moreno 



jueves, 10 de julio de 2014

Los jueves relato: Reinas del grito


 Corre



̶ ¡Corre, corre!  ̶ gritaba la voz.
Y ella corría.

Eran los estridentes gritos salidos desde el fondo de su garganta los que casi impedían escuchar el rugido atronador de la infernal motosierra silbando apenas a unos centímetros de su espalda, cercenando y haciendo girones su ropa hasta arañar la piel enrojecida, abriéndose en surcos sanguinolentos que ella parecía sentir desgarrar como latigazos cortando su carne blanca.

̶ ¡Corre, corre! No mires atrás, y  grita…, grita con todas tus fuerzas, hasta que sientas escapar el alma por tu boca.
El director pedía y pedía…, cada vez más…, y ella parecía dispuesta a dárselo todo.

Diana Burns era hermosa y rubia, y soñaba con ser la nueva Marilyn Monroe. Fantaseaba con triunfar en el cine, recorrer la alfombra roja y recoger premios, salir en las revistas y tener romances con los grandes galanes de Hollywood; Diana quería ser ante todo una estrella.

Hoy por fin rodaba su primera película y sentía que era su gran oportunidad, la que tanto anhelaba desde que dos años atrás bajara de aquel autobús portando una gastada maleta repleta de ilusiones y diez dólares en el bolso. Sin mirar atrás plantó un novio formal que le prometía tedio y seguridad, una carrera a medio terminar y unas amigas insulsas y complacientes. Sombras de un pueblo olvidado canjeadas por la promesa cautiva en la ciudad de los sueños posibles: Los Ángeles.
̶ Trabajar de camarera, incluso de acompañante para petulantes ejecutivos de bolsillo exiguo nunca fue lo peor, sobre todo cuando un seboso casero de impúdicos ojos lascivos te recuerda a diario que la mísera pensión llena cucarachas no se paga sola  ̶ declararía en cierta ocasión.

Aquel rodaje no era gran cosa. Ella era la primera que moría en aquel guion infame de serie Z; apenas una línea de diálogo y tres minutos en escena. Su rostro rebosando grumos de remolacha líquida no iba a lanzarla al estrellato ese día, tampoco su talento dramático, esculpido a base de costosas y discutibles academias; ni su melena rubia, ahora encrespada y lacia. No, antes de que el asesino la descuartizase con aquella motosierra de cartón piedra, ella gritaba con toda la potencia de su voz, alentada en el recuerdo de los muchos años que ganara el concurso de alaridos en las fiestas vaqueras de su pueblo.
Mientras corría, azuzada por el insaciable director, tuvo claro que nunca iba a ser una nueva Marilyn, pero si sería una autentica Scream queen*.

*Scream queen: Reina del grito