sábado, 30 de agosto de 2014

Sueños de escayola

Esta entrada no es para publicar un relato de los jueves, sino para dar a conocer el título y la sinopsis de mi primera novela, la que me ha tenido entretenido y retirado durante tantos meses.
En realidad supongo que ya no es un secreto en lo que andaba enredado, en mi otro blog ya colgué una entrada que llevaba a la entrevista que mi amigo Luis Bernardo Rodríguez me hizo allá por el mes de febrero y donde ya adelantaba cosas.

La historia que tengo terminada se llama "Sueños de escayola" y la sinopsis es la siguiente:

Durante las décadas de los años 50 y 60 una terrible epidemia asoló el mundo. Era el virus de la polio, silencioso y cruel, que se cebó casi exclusivamente con la población más indefensa, los niños.
Miles murieron y los que sobrevivieron quedaron con terribles secuelas paralíticas para siempre.
Muchos fueron recluidos en sanatorios y hospitales, a veces durante años.

Esta es la historia de Pablo, uno de aquellos niños. Una historia dura, de lucha y de superación, de lágrimas y de dolor, pero también de risas, de amistad y de esperanza.
Una historia de vida… 
 
"Tras los sueños de escayola, nos queda la vida"


Efectivamente, "Sueños de escayola" es la historia de Pablo, un niño ingenuo de diez años que padece polio, motivo por el que será ingresado en el sanatorio de la Malvarrosa  de Valencia durante casi un año; pero también es la de Ceferino, El Cordobés, Daniel, sor Manuela, don Álvaro y la de tantas personas que tuvieron que convivir con una enfermedad terrible como fue la Poliomielitis.

Con “Sueños de escayola” he querido traer a la luz un tema difícil, que hoy parece casi olvidado, la epidemia de polio que asoló el mundo y en especial España durante aquellas décadas aciagas de los 50 y 60. El tema que trata es crudo, lo sé, muchas familias pasaron un auténtico calvario, y las secuelas fueron terribles, pero la historia está protagonizada básicamente por niños y llena de momentos de sencillez, humor, aventura, melancolía...
Sor Manuela diría:
̶ Los niños lloran, aman, juegan, exploran y rompen cosas porque están aprendiendo a conocer el mundo, no lo hacen para molestar, ni tampoco para probar nuestra paciencia, simplemente es la esencia de la infancia. Por eso, y quizás en mayor medida, estos niños, nuestros niños, también hacen travesuras porque, a pesar de los muros, a pesar de la lejanía con sus seres queridos, a pesar de su enfermedad y de tanto como sufren, a pesar de todo eso, ellos también son solo niños, y como tal se comportan.


Y yo añadiría: sea cual sea su condición, solo buscan la felicidad intentando vivir.


Son muchas las personas e instituciones con las que estoy en deuda, y dentro de las páginas del libro las cito a todas, pero aquí y ahora quiero expresar mi agradecimiento más profundo a un puñado de ellas que han sido imprescindibles para el resultado final de esta novela: a Conchín, Irene y Laura, las chicas que comparten mi vida; a Elena Torres, Verónica Marsá, Teresa Oteo, Mª José Gómez, Ramón García, Jaime Cruañes, Javier Gramaje y sor Mercedes Gómez. Muchas gracias de corazón.

En pocos días subiré la portada que está diseñando mi hija Irene. También algún otro extracto, un videobook que montaré y las novedades que puedan surgir como la publicación en Amazon, que será pronto, mientras espero el maná de una editorial que lo desee lanzar en papel.

Podéis seguir el día a día y comentar cuanto queráis en Facebook: Sueños de escayola


¡Hasta pronto!

jueves, 14 de agosto de 2014

Todos los jueves relato: Virus



Esta semana Mª José Moreno del blog Lugar de Encuentro nos propone escribir sobre un tema tan de actualidad como son los virus. Yo he querido participar con un relato algo antiguo, que escribí para aquel proyecto tan especial, que tantos puntos en común tiene con esta convocatoria y en el que tantos jueveros participaron, como fueron las Crónicas de la Muerte Dulce. He escogido uno, adaptandolo algo, que más o menos se acerca a la extensión requerida (aunque se pasa un poco)
De paso aprovecho para invitar a leer la  antología a quien no la conozca; lo puede descargar en todos los formatos y de manera gratuita en la siguiente dirección:
Crónicas de la Muerte Dulce





 El Prado 

Fue al sentir aquel intenso cosquilleo en las manos cuando realmente tomó conciencia de que el fin ya estaba cerca.
En las últimas semanas había ido siendo testigo de cómo sus seres queridos iban marchándose. Su familia, sus amigos, todos, a la mayoría se los llevó el virus de la muerte dulce, otros, impacientes, no quisieron esperarla. Ahora le había alcanzado a él.

Durante muchas largas horas permaneció acurrucado en un rincón de su habitación, antes compartida y tan llena de vida y ahora vacía y silenciosa. Tenía miedo ante lo que iba a venir y lloró por su desgracia, que era la desgracia de la propia humanidad. Fue entonces, consciente de su soledad, de aquella impenetrable y angustiosa soledad que le rodeaba, cuando se dio cuenta de que ahora más que nunca, necesitaba el calor y la cercanía de otros seres humanos.
Sin pensarlo demasiado salió a las desoladas calles y buscó desesperadamente un coche que funcionara. El suyo hacía tiempo que se había quedado sin gasolina y conseguirla ya era imposible desde hacía muchas semanas. Cuando lo encontró condujo con desesperación. Desde los primeros tiempos de la propagación de la plaga, corría el rumor de que grupos de personas se reunían en un lugar llamado “El Prado” para despedirse confraternizados.
Quería, necesitaba desesperadamente creer en esa leyenda, deseaba con todas sus fuerzas que existiera un lugar como ese, no podía comprender que todo terminara así, en el más absoluto vacío y abandono. Durante los últimos tres días no había hablado ni visto a nadie, porque ya no quedaba nadie, y necesitaba desesperadamente el calor y el abrazo humano más que ninguna otra cosa. No le importaba morir, pero de repente la posibilidad  de hacerlo, sólo y en un mundo que ya no existía, le ahogó hasta casi paralizarle la respiración.
    
Condujo durante varias horas sin saber muy bien cuanto ni hacia donde, únicamente sabía que tenía que dirigirse al sur, hasta que finalmente, cuando ya desesperaba, encontró un gran valle y en todo su alrededor… PERSONAS. Emocionado dejó el coche y echó a correr. Cuando se acercó pudo comprobar que apenas había un centenar que paseaban por la hierba y entre los árboles. Todos iban cogidos de la mano y en pequeños grupos; unos más grandes, de hasta ocho o diez personas, otros simplemente eran parejas, pero ninguno caminaba solo. Nadie gritaba, tampoco se oían rezos desenfrenados, no se escuchaban súplicas ni maldiciones, simplemente eran hombres y mujeres, también niños, algunos llevaban sus mascotas que sin duda les sobrevivirían, que hablaban o jugaban y sobre todo esperaban lo que era inevitable.

Una joven de unos veinte años y un hombre de aproximadamente sesenta se le acercaron y le ofrecieron sus propias manos - ¿Te ha alcanzado la muerte dulce? – preguntó con suavidad el hombre. - Hace unas quince horas – respondió él.
Por los claros ojos de la joven resbalaron algunas lágrimas, pero ninguno de los dos  dijo nada, simplemente abrazaron su mano y los tres comenzaron a caminar juntos y lentamente por entre la hierba.

En el atardecer de aquel jueves estuvo paseando entre los árboles de aquel prado agarrado a la mano de aquellos dos desconocidos; pocas horas después la muerte dulce también se lo llevaría, pero lo verdaderamente maravilloso fue que ya no tuvo miedo, tampoco se sintió solo.


Más relatos sobre virus en el Lugar de Encuentro de Mª José