jueves, 27 de noviembre de 2014

Los jueves regalo: Cumpleaños



Entre unas cosas y otras, esta semana no he podido escribir un relato para este jueves de cumpleaños. Pero no quería faltar a la cita de Alfredo en el aniversario de su Plaza del Diamante, por eso me he decidido por retocar un poco este relato que ya publiqué hace varios años. Felicidades Alfredo.

 
Regalo de cumpleaños

Tras aparcar en la espaciosa plaza reservada, me dirigí al ascensor y pulsé el botón del piso número diez. Al entrar al piso, se encendieron de improviso todas las luces y al grito de ¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!!!  empezó a salir gente por todos lados. De repente una marea humana se abalanzó sobre mí entre un mar de abrazos, besos y felicitaciones. A algunos  los conocía bien, a otros no recordaba haberlos visto nunca.
Cuando se despejó mi entorno, la señora de la casa, mi mujer, se me fue aproximando insinuante; vestía un espectacular vestido rojo de una pieza que mostraba claramente sus rodillas y el inicio de unos muslos jugosos e insinuantes. Sobre su generoso escote, que mostraba unos rebosantes y desbordados pechos, reposaba un camafeo con el que no cesaba de jugar. Lentamente llegó hasta mí y acercando sus labios susurró a mi oído:
—Cariño, mi regalo de cumpleaños lo he reservado para el final.

Al oír aquellas palabras que vaticinaban un fin de fiesta altamente sugestivo sonreí mirándola a los ojos. Enseguida ella se alejó mezclándose entre un grupo de invitados, yo la observé durante unos segundos. Aquel majestuoso cimbrear de caderas me hizo estar convencido de que yo era el hombre mas afortunado de la Tierra.

Dos horas después, los invitados a mi fiesta de cumpleaños se iban retirando, algo que yo deseaba con impaciencia; ardía en deseos de recibir el regalo prometido.
Apenas habíamos intercambiado algunas palabras durante la noche, y tampoco ahora parecía que fuera a ser diferente; con un escueto: —Tu regalo te estará esperando en cinco minutos  en nuestra habitación —se escabulló hacia el interior de la casa.  
Me asomé a la terraza y encendí un cigarrillo. Apoyado en la baranda contemplé el inmejorable panorama lleno de luces nocturnas que mostraba la ciudad y aspiré profundamente, necesitaba despejar la cabeza, lo mejor de la noche llegaba ahora y debía de estar bien despejado

Cinco minutos después, lancé el cigarrillo al vacío y desanudando la corbata me dirigí hasta la habitación. Una luz amarillenta proveniente de una pequeña lámpara, iluminaba escasamente la alcoba y allí, cumpliendo su promesa, se encontraba ella. Estaba echada sobre la cama y únicamente vestía un elegante y atractivo salto de cama completamente negro y ajustado a su cuerpo. Desde luego esta mujer sabía perfectamente como realzar su extraordinaria belleza y sensualidad. Su pelo, estudiadamente revuelto, apenas tapaba medio rostro que mantenía ligeramente agachado, mientras sus grandes y rasgados ojos negros me miraban de una manera suplicante y desafiante al mismo tiempo.

Me acerqué a ella y, separándole el pelo de la cara, la besé. Enseguida noté que su pasión era todavía mayor que la mía y su lengua comenzó a recorrer el interior de mi boca. Al poco sentí como unas lágrimas resbalaban por sus mejillas mezclándose con nuestra saliva. —¡Hazme feliz! —rogó en un entrecortado susurro.
Azuzado por aquel desafío, comencé un frenético recorrido por todos y cada uno de los centímetros de su piel. De sus labios fui bajando por su cuello hasta detenerme en sus pechos. Los acaricié y los besé largamente. Destilaban un sabor a azahar que embriagaba todos mis sentidos, consiguiendo que me fuera poseyendo una rigidez y una consistencia como nunca antes había logrado. Al llegar a su sexo, sus grititos empezaron a ser espasmódicos al ritmo de mi lengua juguetona. Al rato, fue ella la que tomó el control, consiguiendo con su boca y sus manos sacudir todo mi cuerpo, entregado a la causa desde hacía ya rato.
Cuando finalmente pude penetrarla, aquel largo orgasmo final consiguió que definitivamente me reconciliara con Dios.

A la mañana siguiente, con la luz del alba y tras sonar suavemente el despertador del móvil, me vestí en silencio para no despertarla. Era la hora de marcharme. Me giré para volver a echar una última mirada a aquella esplendorosa mujer. No pude reprimir un suspiro, incluso así, con el pelo enredado y medio envuelta entre las sábanas, estaba realmente hermosa. Poniéndome la chaqueta me dispuse a salir, entonces me fijé en el retrato que había encima de la mesilla donde un hombre y una mujer permanecían abrazados y en actitud sonriente y feliz.
Luego, mientras esperaba el ascensor, pensé que sin duda aquel había sido mi mejor día de casado y el mejor regalo de cumpleaños de toda mi vida…, claro, si yo hubiese estado casado y si ayer hubiera sido mi cumpleaños.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Los jueves relato, Obsesiones: La ruleta




La ruleta

—No va más —gritó el crupier

La sensación de que no debería de estar ahí le asaltaba como cada noche, pero ya no hubo remedio cuando el puñado de fichas arrebatadas a la hipoteca terminaron de deslizarse por el tapiz verde con temblorosa determinación.

El empleado pellizcó la bolita de marfil que comenzó a dar vueltas incesantes por el resalte de madera, al tiempo que con un suave empujón a la cruz hizo que comenzara la hechizante danza de las casillas.

—La salida parece surgir cada día de un lugar distinto —había pensado hacía unos minutos, mientras trataba de moverse entre el intrincado laberinto de máquinas y mesas. A pesar de conocer perfectamente la casa de juego, parecía perdido entre el caos de sonidos, luces de neón y gente que sitiaba todos aquellos pasillos. En un arrebato de cordura había decidido parar de jugar y marcharse; ahora solo deseaba cambiar el dinero y regresar a su hogar quebrado, a salvo de la obsesión que le consumía cuando al salir de la oficina cogía la dirección de la autopista contraria a su casa, la que llevaba al casino.
Su determinación pronto fue abatida cuando el dedo de una despampanante rubia de sonrisa perlada, vestido rojo entallado y envuelta de sensualidad, le invitó a sentarse junto a ella, en la única silla libre que quedaba en la mesa de otra reluciente y seductora ruleta.  

La bola comenzaba a frenar su velocidad, golpeándose con los azares en forma de rombo que jalonaban su descanso en alguno de los numerados pozos forjadores de sueños.

Su mirada hipnotizada quedó prendida en el hueco que formaba el número 15 negro y con manos temblorosas apostó todas sus fichas. En esas monedas de plástico iba toda su vida. Algo muy dentro le gritaba que esa iba a ser su noche y lamentó que la rubia se hubiera marchado sin que él se diera cuenta, sin duda ella habría sido un buen final a la racha triunfal que le esperaba.
El tiempo pareció detenerse en una sensación de vértigo que conocía sobradamente mientras veía la bolita dar giros y más giros por el borde de la ruleta. De repente un escalofrío recorrió su columna vertebral al recordar justo en ese momento las palabras de aquel obligado terapeuta de tediosas sesiones: —Los números de la ruleta da como resultado 666.
La bola fue decayendo en su celeridad y la expectación era máxima entre quienes rodeaban la mesa, todos nerviosos y con el ansia atrapada en la garganta. En el momento en que comenzó a rebotar entre los huecos, el hombre se santiguó tres veces, cruzó los dedos y alzó la vista hacia el techo en busca de protección divina.
            —Quince negro —cantó el crupier.
Un grito resonó desde lo más profundo de su alma, al tiempo que con manos sudorosas quedó presto para recoger la montaña de fichas que estaba seguro haber ganado.
            —Lo siento señor —volvió a hablar el crupier —sus fichas estaban colocadas en la casilla de abajo, en el 18 rojo. La banca gana.

Con gesto derrotado y mientras el empleado arrastraba con la paleta todas las fichas desparramadas por el tapiz, el hombre supo al instante que ya no vería amanecer.

*Nota: Los números de la ruleta van desde el 1 al 36

viernes, 7 de noviembre de 2014

Los jueves relato: El ABC de la Dimensión Desconocida



 

 

 El Hombre sin sombra


Aquella mañana parecía normal hasta que se fijó en un ligero detalle que su vida cotidiana convertía en inapreciable: ¡Su sombra había desaparecido! El descubrimiento, imprevisto y casual, le generó una gran inquietud. Confuso, miró repetidamente hacia el sol, éste lucía brillante y limpio en todo lo alto como cada día, sin embargo su silueta no se marcaba en el suelo. Durante largo rato probó alternativas, cambiando de posición, tratando de colocarse en diagonal con el sol, caminando en diferentes direcciones, adoptando mil y una posturas con la intención de que algún rayo dibujase en la superficie aunque fuese una línea delgada que volviera a dar vida a su perfil. Pero fue inútil. Un extraño pánico comenzó a invadirle al tiempo que iba observando con detenimiento a los transeúntes que con prisa pasaban a su lado. Todos llevaban bien pegada a sus pies una estilizada sombra negra que incluso parecían hacerle gestos de burla cuando se daban cuenta de que las seguía con la mirada —esto todavía es más absurdo —pensó. Ese hecho todavía le sobrecogió más, incluso hubiera jurado que una de ellas, la de una anciana de renqueante caminar, le sacaba algo parecido a una lengua de aspecto tan oscuro como el resto de su contorno.
—No puede ser —gritó en alto— me estoy volviendo loco.
Su estado de ansiedad crecía a medida que pasaban los minutos. Sin saber cómo, carecer de sombra se había convertido en la mayor de sus angustias. No podía soportarlo. El rostro lo tenía desencajado y le sudaban las manos, incluso tropezó con varios peatones que ni se inmutaron tras sus alocadas disculpas; entonces ocurrió. Ciego en su atolondramiento, corrió hacia la calzada y un coche le pasó por encima; se hizo el silencio y el universo se paró.
Recordó al instante y se dio cuenta que no sentía nada, ni siquiera dolor, pero un nudo sí se le formó en el estómago al ver su cuerpo desparramado en el suelo y como una multitud vociferante se agolpaba a su alrededor. 
—Bueno, ¿ya estás preparado? —Un ser extremadamente delgado y fosco, sin apariencia en el rostro y sin luz, se había colocado de pronto a su lado y le hablaba sin palabras. Su aspecto era el de una simple silueta vertical.
El hombre no dijo nada. Se limitó a mirar al extravagante ser con resignación y tristeza, al tiempo que dos lágrimas resbalaban por su mejilla.
—Sí, es lo que tu mente ya empieza a asimilar yo soy tu sombra; quien nunca te ha abandonado desde que llegaste a esta vida, la misma que va a seguir acompañándote ahora en tu nuevo camino.