Atendiendo a la llamada juevera de Carmen Andujar desde su sitio Mezclando Arte, me uno a su llamada para saber ¿cómo somos los humanos de solidarios? Quiero participar con esta historia que ya publiqué en mi libro de relatos "Despertar". La ilustración es exclusiva y de una astista genial, Carmen Artigas. Aquí más relatos solidarios.
VIDA
Estoy sentada en la sala de espera de
un hospital que no conozco en una ciudad que nunca he visitado. Me encuentro sola, en la que está siendo una
noche larga, la noche más larga y dura de toda mí vida. Hasta hace sólo tres
horas, la vida de la que disfrutaba era plácida y monótona, casi feliz.
Ahora, esa vida aburrida y sencilla ha estallado en mil pedazos, así, como con
un chasquido de dedos.
Como envuelta en una neblina, siento que alguien ha entrado, se ha sentado a mi lado y me está hablando, pero yo soy incapaz de oír nada de
lo que dice. Percibo su tono, pero éste es lejano y distorsionado. Tampoco me
esfuerzo mucho. La miro, pero en realidad no la veo. A mi alrededor el mundo está
borroso. Todo parece
moverse con lentitud, no soy capaz de pensar y tampoco me siento con fuerzas
para reaccionar.
Poco a poco, el dolor que huye de alivios va dejando paso
a un suave adormecimiento que se va apoderando de mí y que me evade, lo releva y yo lo
agradezco. La persona sentada a mi lado continúa hablando, pero ya no oigo. Ese
extraño letargo me traslada a una fiesta, hace unos días. Es el
cumpleaños de Raúl. La casa está llena de gente, son sus amigos. Hay risas y
mucha alegría. Yo me veo mirándolo, y siento que peco de orgullo, ¿Cómo no hacerlo?,
pero no me siento culpable por ello, él está lleno de vida y lo demuestra a
cada instante. Habla con todos, ríe por todo, le encanta estar rodeado de
gente, sentirse querido. Es en esos momentos de máxima felicidad que se me
acerca, exultante y vehemente. Me abraza, me gira en el aire y me besa en la
mejilla mientras repite una y otra vez esa
frase que tanto le gusta decir:
“La vida es tan maravillosa que nada en ella debería desperdiciarse”.
Tras esas palabras y como movida por
un resorte, de repente mi percepción de la realidad cambió, fui consciente de la persona que me
hablaba. Era una enfermera. Me susurraba con calma y con
amabilidad. Supongo que consciente de lo
difícil que eran aquellos momentos para mí. Me costaba entender claramente
lo que decía, pero había una palabra que repetía constantemente. Era
la palabra VIDA. Entonces empecé a comprender.
Aquella enfermera me estaba pidiendo una decisión:
-
El
tiempo es escaso – decía – y muchas otras personas necesitan su ayuda. La vida
es un bien extremadamente preciado. Por su hijo, desgraciadamente, ya no se
puede hacer nada, pero él aun puede hacer el bien más supremo, dar de si mismo
para ayudar a otras personas. No hay mayor gesto de generosidad. Necesitamos
que nos confirme si desea donar los órganos de su hijo.
La miré con sorpresa. ¿Cómo podía
pedirme algo así en estos momentos? ¿No era consciente de mi dolor y de lo sola
que me quedaba? Negué con firmeza, incluso tuve deseos de irme de allí, quería dejar
de escuchar, seguir a solas con mi pena.
Pero ese pensamiento duró sólo un
segundo, al instante volví a evocar a mi hijo levantándome en volandas y
repitiéndome una y otra vez aquellas palabras.
“La
vida es tan maravillosa que nada en ella
debería desperdiciarse”.
Entonces comprendí su verdadero significado.
No podía ser casualidad recordar precisamente esa frase en este momento. Él, generoso
como era, sabía que siempre había un porqué.
Aun tenía los ojos inundados en
lágrimas cuando, rota por el dolor pero orgullosa y embriagada por el inmenso
amor que le tenía a mi hijo, respondí que si. Yo ya no lo tendría a mi lado, ya
no lo podría tocar, ni besarlo, ni contarle mis problemas, esos a los que él
siempre sabía darles la vuelta y transformar en sonrisas. Pero esa vitalidad y
esas ganas de vivir las contagiaría a todas las personas que recibieran esos trocitos de vida en los que
se convertirían sus órganos transplantados. Ahora, por fin, lograba entender lo
que él siempre tuvo claro, que la vida es demasiado valiosa para desperdiciarla.