jueves, 24 de septiembre de 2015

Los jueves relato. Refugiados: Aviones en el cielo


Me atraía mucho esta propuesta con un tema tan importante y actual, pero por falta de tiempo no he podido escribir ningún relato inédito, aún así no quería dejar de participar en este jueves de Nieves. Por ese motivo me he decidido a rescatar este que ya publiqué en mi libro de relatos "Despertar". Es bastante largo, por lo que de justicia dispenso a todos de leerlo y comentarlo. Las ilustraciones son un orgullo para mí, dos auténticas obras de arte originales para el relato, dos óleos pintados por un gran artista y muy buen amigo, un colombiano que llegó como refugiado político a España y que ahora, junto con su hija y su pareja alemana, han tenido que irse a buscar trabajo a Alemania: Libardo Mora. 


                                              Aviones en el cielo  

Érase un mismo planeta y dos mundos…, una esperanza y dos deseos…, un pueblo y una aldea…, un solo cielo y dos vidas.  
Érase una vez…                                    

                                  
El pueblo
                                                                  
    

Llega el verano, atrás quedaron muchos meses de instituto, libros y exámenes. Con las vacaciones  voy a pasar unos días al pueblo, a casa de mi abuela. Me gusta ir allí, es un lugar tranquilo, pero también puede ser un sitio divertido y más cuando se llena de chicos de mi edad. Algunos son primos, otros son amigos, formamos una buena pandilla.
A diario vamos a la piscina o excursionamos al río, que discurre por un hermoso bosque de chopos y pinos, al que llegamos en grupo y en bicicleta. Todo está a nuestra disposición, todo para disfrutarlo. También hay días monótonos que pasamos sentados en los bancos de la plaza comiendo pipas y charlando. Son días interminables, de puro aburrimiento, que compensamos con los fines de semana que compramos bebida y bailamos en el descampado de las afueras del pueblo. Es excitante y liberador. Sabemos como pasarlo bien

Pero, sobre todo, me agrada pasar el verano en el pueblo porque allí está mi abuela. Casi nunca sale de él, no le gusta la ciudad. << Demasiados coches y demasiada gente>>  suele decir.
Siempre, cuando llego, tiene la costumbre de besuquearme por toda la cara con ruidosos e interminables besos, costumbre que a mí no me gusta nada, pero ella dice que lo hace porque me quiere mucho y me ve poco. Me encanta después de comer y cuando todos duermen la siesta, sentarme con ella, junto a su mecedora, a la sombra de la porchada de la casa y escucharla. Me habla en susurros, para no despertar a nadie, y me cuenta viejas historias del pueblo. Historias entrañables y cercanas de cuando mamá era joven o de cuando lo era ella. Muchas veces se emociona al contármelas, sobre todo cuando habla de mi abuelo, es entonces cuando se le aguan sus arrugados ojillos y son esos momentos en los que más orgullosa me siento. Me fascinan sus relatos y me encanta mi abuela.
A veces se convierte en mi cómplice, como cuando, ya amainando la fuerza del sol, me deja subir a la colina que hay al lado del pueblo. Allí, tumbada entre la hierba y las flores, veo a los aviones cruzando el cielo. Los miro embelesada. Es entonces cuando imagino que soy yo quien vuela en uno de ellos, viajando a lugares exóticos y lejanos, por trabajo y por placer ó haciendo el mejor viaje de novios con el amor de mi vida. Son momentos mágicos pero efímeros, enseguida despierto y me doy cuenta de que aún sigo aquí, tumbada en la hierba y confiando en que algún día, este sueño, se hará realidad.
                      
          
La aldea



Camino por tierras desangradas,
rezando a dioses que me han olvidado.


En la aldea donde nací había una pequeña colina. Todas las tardes, desde que tengo recuerdo, subía por aquella tierra seca y salpicada de musgo y me tumbaba en la cima para ver pasar los aviones que cruzaban el cielo. No pasaban muchos, incluso había días que no aparecía ninguno, pero cuando alguno lo hacía, por muy alto que estuviera, yo salía corriendo colina abajo y, saludándole con la mano, le decía adiós. Soñaba con el día en que volaría en uno de aquellos aviones a tierras muy lejanas.
La mayor parte del tiempo lo pasaba ayudando a mamá, yendo a por agua o cuidando de mis dos hermanos. Mamá decía que pronto iba a llegar otro, una nueva boca para alimentar que agrandaría la familia.
En la aldea sólo había madres con sus hijos y algunos ancianos. Casi no había hombres, muchos se habían ido lejos, más allá de las montañas y del océano, contaban que buscando el progreso, mamá dijo que mi padre era uno de ellos. Pocos regresaban. De otros no se hablaba, decían que ya nunca volverían.
Un día, hace ya muchas jornadas, todo cambió, vinieron muchos hombres con armas y atacaron la aldea. Fue espantoso, hicieron daño a mucha gente y las callejas de la aldea se llenaron de muertos. Tuvimos que salir de allí deprisa, sin nada  y con mucho miedo. Fue tres días después de parir mamá. Caminamos mucho, durante mucho tiempo, hasta un lugar donde decían que había un gran campamento en el que se reunía la gente y se estaba seguro. Hacía calor y los caminos eran secos y estaban llenos de piedras y de arena, casi no teníamos agua y mi hermano pequeño lloraba mucho.
Un día, por fin, llegamos. Aquel sitio era muy grande, el más grande que había visto nunca y estaba lleno de tiendas, había mucha gente y cada día llegaba más. También acá, como en la aldea, casi todo eran mujeres con sus hijos y muchos ancianos.

Aquí, en el campamento, no hacemos nada, solo esperar. Yo siempre tengo mucha sed, casi no hay agua, nos dan una poca cada día, no mucha. Hace mucho calor y el aire está lleno de polvo que remueven los vientos del desierto; hay muchas moscas, por todas partes, que se pegan por la cara y por el cuerpo, las espantas pero continuamente vuelven; siempre huele mal, creo que es por que hay mucha gente enferma, echada en el interior de las tiendas, no hablan, sólo miran con ojos inmóviles y temerosos que a mí me dan mucho miedo. Tengo mucha hambre. Durante los primeros días casi no comimos nada y me dolía mucho la barriga. Eran insoportables los calambres, pero se me fue pasando. Ahora casi no siento nada.
Miro al bebé, hace dos días que apenas llora, tiene unos preciosos y grandes ojos negros que casi no se mueven y siempre está agarrado al pecho de mamá, pero ya no saca nada. Dice que es porque se esta secando y apenas da leche. Mamá ahora está muy triste y su mirada, como la de todos, siempre está perdida.
No me gusta este lugar, me quiero marchar, quiero volver a la aldea, a mis juegos, ir a recoger agua y subir a mi colina, pero mamá dice que eso no puede ser.
Cerca de nuestra tienda, también hay una colina, a la que a veces subo. Me cuesta mucho, pero lo hago y miro los aviones que cruzan el cielo. Pasan muchos, pero ya no salgo corriendo para decirles adiós, estoy demasiado cansada, sólo los veo volar y siempre les saludo con la mano. Me sigue gustando verlos, pero ya no me emociono.

Hoy he visto pasar uno muy grande, casi tan grande como la aldea. De su barriga han salido grandes paquetes que caían muy despacio. Se lo he dicho a mamá y ella, nerviosa y angustiada, nos ha gritado que debíamos de ir allí muy deprisa.
Hemos corrido cuanto hemos podido, apenas tenemos fuerzas pero mamá decía que no podíamos detenernos. Cuando llegamos ya había mucha gente alrededor, es muy difícil acercarse, hay demasiadas personas. Todos gritan y se insultan, todos se empujan,  muchos caen al suelo y los pisan, todos quieren ser los primeros, todos tienen grandes ojos asustados, todos tienen hambre, todos están desesperados.

Había hombres y mujeres repartiendo comida. Llenaban con arroz los cuencos que llevábamos en las manos. Mamá, con el bebé agarrado a su pecho seco, llenó su cuenco, mis hermanos y yo también lo hicimos.
Mamá ha dicho que hoy hemos sido afortunados...


                                                                     Epílogo: sueños

                                                                                 
Mi nombre es Raquel. Nací en Europa. Dicen que tengo un futuro incierto, pero el futuro soy yo. Se que en algún momento o en algún lugar, habrá algún avión esperándome. Sólo confío en poderlo alcanzar.

Mi nombre es Amira. Nací en una pequeña aldea de la región de Bakool. Soy africana.
En mi mundo ya casi no quedan ilusiones, pero existen los sueños. En los míos veo un mar de aviones que, atravesando el cielo, consiguen oscurecer el sol, incluso, a veces, puedo ver como mi  hermano pequeño corretea por las tierras secas de la aldea. En mi sueño siempre sonríe. 

jueves, 3 de septiembre de 2015

Los jueves relato - Leyendas de mi tierra: El Parot



El Parot


El fuego purificador se instaló entre las barracas de los carpinteros deseosos de hacer limpieza en las vísperas del Santo patrono. El invierno ya tocaba a su fin, dando paso a la exuberante primavera que embriagaba de sol y de azahar hasta el último rincón de la ciudad. En el centro de la barriada se había instalado el parot*, ya innecesario, bien cargado de virutas y maderos sobrantes para avivar la candelada. La chavalería disfrutaba feliz con la pira que alumbraba alegría. ¡Una estoreta velleta!* cantaban desde buena mañana, eufóricos, recorriendo gremios y casas, demandando avíos y trastos viejos que con regocijo amontonaban alrededor para prender la hoguera adoradora de vida que daba la bienvenida al equinoccio de la luz.
Con el transcurrir del tiempo, aquel parot reseco fue tomando forma humana, le vistieron con ropas gastadas y le dieron la facultad de personificar personajes en los que volcar reproches y críticas; a su alrededor, la estoreta velleta  y los trastos viejos se fueron convirtiendo en cuadros, representando acontecimientos populares o pícaros de la calle y del barrio. Pronto, para festejar el día del Santo patrono, todas las barriadas de la ciudad se llenaron de fogatas iluminando de color y de fuego el cielo, celebrando que llegaba la primavera.

Y un día, sencillamente ocurrió que el corazón de madera de aquellos viejos parots, ahora transformados en ninots*, habían logrado adquirir la facultad de albergar sentimientos:

Las calles de Valencia resplandecen, la música cabriolea los sentidos y las mascletás ensordecen el alma de alegría fallera; mientras, el embrujo y el misterio rodean el silencioso instante en el que Batiste, un hortelano regordete, socarrón y deslenguado declara su amor a Neleta, una pizpireta señorita de finales del XIX de blanco rostro y sombrilla al hombro. Miradas quietas, barreras de cartón en ojos embelesados.
Aquella noche de San José, en una solitaria falla de barrio, un encantamiento tuvo lugar y briznas de ceniza se fundieron elevándose hacia un mágico lugar, el paraíso donde pasean los ninots enamorados. 


*Parots: Para alumbrarse en las últimas horas de la jornadas invernales, cuando el sol se había puesto, los carpinteros valencianos utilizaban unos candiles que sostenían en un palo a modo de candelabro llamado estai o parot. Todos los años los quemaban al llegar la primavera. Costumbre remota en el tiempo y considerada como una de las leyendas que dieron origen a las fallas.
*Estoreta velleta:  En valenciano “alfombra vieja”.
*Ninots: Son las figuras con forma humana con componen las escenas de las fallas.

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