sábado, 12 de marzo de 2016

Aroma de castañas

Os invito a ver y sobre todo a escuchar este montaje en video del relato "Aroma de castañas", que escribí hace algunas semanas, narrado con mucha ternura por Laura, mi hija pequeña. Espero que os guste.




Aroma de castañas

La recuerdo vieja y lánguida, con las huellas de la vida marcadas en su rostro por sinuosos recovecos de piel arrugada y seca. Tenía un aspecto quebradizo y pequeño como un suspiro de Viernes Santo, siempre vestida de negro, con su pañuelo en la cabeza, su toquilla pendiendo de los hombros, su faltriquera para los dineros y su mantita en los pies. Pasaba horas sentada sobre una silla de enea, a la intemperie del invierno y con un paraguas abierto como único techo por si llovía; a su lado, en el suelo, un saco de arpillera colmado de castañas crudas y una espuerta con carbón, un pequeño estante de metal lleno de utensilios y hojas de periódico, un anafre de hierro con una puertecita y un cañón de hojalata del que constantemente salía el humo de las brasas, y sobre esta una especie de sartén llena de agujeros donde las castañas se tostaban con la cadencia que marcaban las endurecidas manos de la anciana.
Toda la plaza permanecía embriagaba del aroma dulzón a castañas asadas que abrían sensaciones, dejándome fragancias nítidas de una infancia mezclada de escarcha y cascaras de castaña.

Yo todavía era un niño en aquellas tardes de invierno al salir del colegio, ya anochecido y con un frio que empapaba el alma. Vivía un poco lejos y era mi padre quien me recogía al salir del trabajo. Casi siempre tenía que esperarle sentado sobre los gastados escalones, encogido, con la espalda apoyada sobre el enorme portón que abría la escuela y notando como mis rodillas se iban tornando moradas sin que el abrigo alcanzara a calentar lo que tampoco hacían los pantaloncillos cortos. En la distancia, miraba a los chavales del barrio intercambiando cromos de futbolistas o jugando a las canicas en un agujero excavado en la  tierra helada; yo, fumaba la espera con cigarrillos invisibles, lanzando finos círculos de vaho que se evaporaban con rapidez en el aire. El mismo aire que se empapaba gustoso con los olores de las castañas asadas.

A veces, la castañera me llamaba y yo colocaba mis manos con timidez junto al caldero de humo; el calorcillo me estremecía. Era entonces cuando la anciana me mostraba sus dos únicos dientes en una abierta sonrisa al regalarme dos castañas calientes.  —Toma, métetelas en los bolsillos y caliéntate las manos —decía con ronca amabilidad.
Al poco solía llegar mi padre, cansado, con su mono marrón gastado y sucio, y colocaba sus manos junto a las mías para entrar en calor. En ocasiones sacaba una peseta y la vendedora volteaba con habilidad un cucurucho llenándolo de castañas calientes y sabrosas;  otras, su gesto tristón revelaba que no había dinero, pero siempre, de una u otra manera, yo me iba a casa con las manos calientes y las rodillas frías. 

Al marcharnos, la castañera seguía cantando su pregón, atusando las brasas y removiendo castañas, mientras la calle le devolvía el eco y la tarde moría sobrecogida de frío.

6 comentarios:

  1. Preciosa voz, para una entrada de una inspiración que nos toca la sensibilidad, felicitación a Laura y a su padre y madre. Abrazo familiar.

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    1. Muchas gracias Sara. Supongo que recordarás que es un relato que ya subí ahce algún tiempo. Ahora hemos querido, Laura, mi niña, y yo, narrarlo en forma de imágenes.
      Creo que ha quedado chulo ¿verdad? La voz de Laura le da mucha dulzura a la historia.

      Un fuerte abrazo para vosotras también.

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  2. Hola, José.
    Que encantadora narración la de tu hija, la he escuchado con los ojos cerrados. Tu relato sobre la castañera es sublime, donde dejas apreciar la bondad de la anciana para con el chiquillo. Muy real, cuales recuerdos, quizá, de tantos niños pobres en el mundo. Menos mal que la bondad existe para calmar estas tristes circunstancias.
    Saludos
    P.S te invito a que leas uno de mis relatos, (cuando tengas tiempo) que también escribí hace poco.

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    1. Hola Yessy. Sí, es lo que he querido trasmitir con la historia, una sensación costumbrista, pero también la solidaridad dentro unos tiempos tan difíciles, donde el frío parecía calar el alma. Regalar algo de lo poco que se tiene.
      Muchas gracias, me pasaré a leer el relato que comentas.

      Un abrazo.

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  3. Es un relato maravilloso, que cobra vida en la voz deliciosa y dulce de la narradora. Me ha llenado el alma escuchar este audio, en esta noche de sábado que anuncia el otoño antes de tiempo.
    Muchas gracias por este regalo.
    Un abrazo enorme.

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    1. Muchas gracias Sindel, de mi parte y de Laura.
      Me alegra que te haya gustado. Supongo que allí ya comenzáis a saludar al otoño y este relato parece abrirle la puerta. Nosotros ya encaminamos la primavera. De hecho ya estamos en plenas fiestas de las Fallas que la anuncian.

      Muchas gracias a tí por pasarte. Eres un encanto.

      Un fuerte abrazo.

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